lunes, 4 de agosto de 2014
José y Jimena
José y Jimena se dijeron muchas veces adiós, pero siempre retrocedían el uno al otro como si las plantas de sus pies tuvieran imanes y un magneto gigante debajo de la tierra se encargara de unirlos cada vez que lo único que deseaban era huir de ellos mismos. A José lo educaron con la creencia de que se merecía todo el mundo sólo por respirar; por su parte, a Jimena le inculcaron la idea del amor sacrificado, ese que da hasta quedarse sin nada. Al crecer descubrieron que las cosas no eran tan fáciles como se las habían planteado, que no bastaba con desear para obtener y que no se puede pegar y pegar lo roto porque hay un momento en que las piezas son tan pequeñas que ya no encajan. Sin embargo, a ambos los instruyeron de manera que desencadenarían en la única cosa que tenían en común: la decepción.
Cuando José y Jimena crecieron se convirtieron en adultos insatisfechos, él era un pozo sin fondo y ella era un bulto de tierra insuficiente.
José era un hombre serio, de bonita sonrisa y perfectos modales, pero fue en la navidad del 96 cuando no recibió exactamente el regalo que había pedido, que su pequeño mundo se derrumbo entre la certeza de que todo lo que creía era una mentira y que las demás personas eran demasiado injustas por no proveerlo de lo que necesitaba, porque además de necesitarlo lo merecía.
Jimena era mujer encantadora, de palabras precisas y adorables ademanes al hablar, pero fue a los 6 años justo después de su cumpleaños con temática de la Cenicienta, que su mamá recibió a su papá después de haberla engañado con otra mujer y le dijo a Jimena que las relaciones implicaban "sacrificios" porque el amor perdona y ella sin su papá no era nada. Ahí fue cuando la enseñaron a necesitar.
José y Jimena habían creado a su alrededor algo muy parecido al amor, hacían las cosas de los enamorados, se hablaban como enamorados, el uno sin el otro se extrañaban como sólo podría hacerlo un par de enamorados, hasta que se dieron cuenta de que en realidad se necesitaban mucho más de lo que se amaban.
José se pasaba sus momentos de ocio ahorcándose con un cinturón mientras se masturbaba y Jimena había encontrado un excelente hobbie en vomitar después de las comidas y quemarse con cigarros.
José y Jimena sabían perfectamente cuando fue el momento en que se les acabó el amor, pero sólo José preparaba el café como le gustaba a Jimena y sólo Jimena recordaba que el aromatizante favorito de José para el baño era el del olor a lavanda y no el de pino, jamás el de pino.
Un día José y Jimena despertaron de lo que les pareció un largo sueño, el más largo de sus vidas y lo fue, José despertó medio calvo y Jimena con un montón de arrugas en las orillas de sus ojos cafés. José ya no tenía fuerza en los brazos y Jimena ya no tenía fuerza para seguir fingiendo que amaba a José.
Quisieron huir una vez más el uno del otro al comprobar que el imán que siempre los unía se había desgastado, era débil y ya bastaba con aplicar una poca de fuerza para luchar contra el. Pero era muy tarde, aunque a la gente le guste decir que nunca es tarde, sí que era tarde. Ambos desperdiciaron tanto tiempo intentando complacerse y fallando en el intento que no reconocerían la felicidad aunque les golpeara la cara.
A José y a Jimena siempre les enseñaron a necesitar, todos necesitamos muchas cosas, como respirar, pero no hay necesidad que no te quite tiempo, ocio, dinero y libertad. Especialmente si lo que necesitas es una persona.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario