domingo, 4 de mayo de 2014
PENE MEXA
Todo partió de mi absurdo pero recurrente e incesante deseo de olerte las axilas, admito que cuando se me mete una idea en la cabeza no soy una persona racional, además que me vuelvo demasiado insistente y terca. Casi siempre consigo lo que quiero y para ser honesta el mayor mérito en ello es la enferma y obscena paciencia que obtengo cuando pretendo conseguir algo y algo siempre termina cediendo, ya sea porque se cansó de mí o porque al final mi insistencia le pareció algo que sin duda debería experimentar, aunque luego le diera miedo amanecer descuartizado, o con mi cara llorosa y el rímel corrido en el cristal de su ventana un día cualquiera mientras afuera llueve a cántaros. Pero como decía, todo inició así, tú tan inocente, ajeno a lo demás, brillando con tu luz propia, siendo un sol y yo tan luna, robándote chispas, esperando a que apuntaras cualquier momento tu reflector a la cara para descubrirme entre la oscuridad de mi mente. Debes entender porque lo hice y deberías entenderlo mejor que nadie, lo platicamos muchas veces en tacha, nos autonombramos disfuncionales funcionales del siglo XXI y entre tantas personas, mundos y costumbres nos descubrimos símiles, pares, partes de un todo, mentes distintas que encajan como la llave y el picaporte, como un rompecabezas de dos piezas. Ahí estábamos, hablando de nuestras roturas y cómo y cuándo se nos descoció el pedacito de alma que en ese momento nos sangraba y mientras yo te daba puntadas con los típicos consejos clichés, tú me maravillabas y me fascinabas y me volvías una junkie de tus palabras. Nunca había sido junkie a nadie, había sido junkie a cosas obvias, al alcohol, las tachas y la mota, había sido junkie toda mi vida al dolor, a esa dosis diaria, a la inyección en forma de puñetas mentales que me ponía directamente en el cerebro. Pero a las personas jamás. Me fuiste tan necesario como el primer cigarro del día y el segundo y el tercero y el cuarto y el que te fumas después de comer para ir al baño y que todo salga bien y que tu esfínter se sienta relajado, feliz y en paz, para que tu alma pueda sentir otro tanto. No es que deseo compararte con ir al baño; pero sí, ojalá donde sea que estés no me guardes rencor, y esa nobleza de la que siempre te reproché al estúpidamente verla como tu debilidad y no tu mayor virtud no la hayas perdido en ese momento y sepas perdonar, que pongas el otro cachete o cualquiera de esas mamadas que decía Jesús. No sé que evento desafortunado en mi niñez me convirtió en la persona insegura y aprehensiva que soy ahora, quizá el miedo y la convicción de sentirme insignificante y de ahí el constante pensamiento de perderlo todo en cualquier momento, yo no entiendo quién querría quedarse a mi lado pudiendo estar en otro lugar, el que sea. Y ahí comenzó. Busqué en internet, en libros viejos, en la deep web, busqué más allá de la tercer página de resultados en google, ya te imaginarás. La respuesta me llegó casi por sorpresa, tú bien sabes porque te lo dije muchas veces cuánto odio a Bukowski, pero el día en que me llegó la respuesta casi por sorpresa te juro que podría haber lamido su cara llena de cicatrices. La historia se llamaba 15 centímetros, la leí, la analicé y me pareció tan viable que no entendí porque la gente sufre cuando no puede adueñarse de alguien, pudiendo hacer eso. Te mentí, te engañé y aprovechando el camino ganado comencé a alimentarte como a Henry, al principio pensé que era una pendeja, que para nada funcionaría, que estaba gastando mis esfuerzos y pronto tú te darías cuenta e indignado por mi atrevimiento sólo te darías la media vuelta de mi vida: no podía permitirlo. Por eso insistí. Pasaron meses hasta que vi por primera vez los resultados, estábamos en una fiesta y al bailar ya no te veías tan alto, al abrazarte el hueco de tu axila que solía llegarme a la nariz me quedaba a la altura del pecho. Te estabas encogiendo. La gente en común que era demasiado educada como para preguntartelo a la cara me cuestionaba a mí, sólo les decía que estabas adelgazando por el estrés, y el cansancio te encorvaba y pese a tu costumbre de caminar más derecho que una regla no te sentías tan bien, que lo entendieran, que no estuvieran mamando. Pero cuando tu cara me empezó a llegar al ombligo ya no querías salir de tu cuarto, te veía nervioso y preocupado y te juro que me dolía sin embargo te seguía alimentando, no me iba a rendir justo ahora. En navidad ya no quisiste ir a casa de tus papás, te disculpaste y mentiste diciendo que tenías un viaje de trabajo, a pesar de que hacía meses que ya no ibas porque tu altura no te permitía tomar el camión. Te invité a mi casa y te metí adentro de mi bolsa, cuando nadie miraba te pasaba pedacitos de lechuga y te escuché eructar quedito. Jamás subestimé tu inteligencia, pero admito que si me caló cuando alcanzaste el tamaño de una regla y comenzaste a reprocharme el porqué te hice eso. Igual ya no tenía sentido esconderlo, me dijiste que estabas decepcionado de mí y que lo único que querías era largarte, aunque te murieras caminando por las calles de Monterrey. Tu primer intento de escape fue cuando alcanzaste la altura ideal, los 15 cm, te dije que ahora tenías el tamaño del promedio de los penes mexas y te reíste muy a tu pesar. A veces podíamos reírnos, cuando no te empeñabas en llorar. Cuando me di cuenta de que intentaste huir de mi me enojé mucho, vi todo rojo y no pensé con claridad, sé que te dolió cuando te rompí el tobillito y te dije que así a ver cómo te ibas de mi lado y cuando entre carcajadas te gritaba que escaparas que te quería ver intentarlo y tu gritabas y llorabas y yo me regocijaba, "salta, salta en tu piernita rota, salta, lárgate eres libre, vete, JAJAJAJAJA, no puedes, salta, salta chapulín". Te pido perdón, aunque no me alcanzara la vida para que me perdonaras y no lo harás. Dos semanas después amanecí y volteé al buró, de donde te amarraba con una cadenita a la lámpara de mesa. Ya no estabas. Te busqué por todos lados y no te encontré, puse anuncios en los postes de luz y cartones de leche. Dónde estás, dónde estás, dónde estás, te extraño siempre y quisiera decirte que lo siento, que te quiero y que no me odies, que me perdones, que no estoy loca: sólo te amé demasiado. Aunque también admito que de poder volver a hacerlo lo haría de nuevo, pero con más cuidado, con más tacto, sólo espero que no te haya comido algún gato.
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1 comentario:
Bacana imagen, un placer leerte por aquí.
Saludos.
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