Dogbane Beetle

lunes, 25 de agosto de 2014

Escarabajos


Fue a los siete años cuando me di cuenta que podía mover cosas con el poder de mi mente a donde quisiera mi voluntad. Fue un año muy caótico para Monterrey porque la población comenzó a volverse loca después de un mes de despertar todos los días y ver los cerros que rodean la ciudad en distintas posiciones a las que habían tenido durante miles de años. Uno llegaba al sur pensando que era el norte y viceversa, se cancelaron las clases por semanas y el Gobernador declaró al estado como zona de desastre.

Si bien recuerdo a los quince años cuando pude mover la tierra por primera vez y fue noche en América aproximadamente por diez días seguidos.

Durante mi primer síndrome premenstrual caminé por Valle Oriente con los audífonos bien puestos y haciendo estallar los cristales de todas las tiendas a mi paso.

A los veinte aprendí a volar, usé esa técnica de coqueteo más de una vez, "te puedo llevar a las nubes" presumía y sí que podía, literalmente. Empecé a usar drogas piscoanalépticas para crear arte con cualquier cosa que pudiera manipular, desde acero hasta humanos. 

Cuando cumplí veintidós, en mi primer y único viaje por Europa enderecé la torre de Pisa por pura maldad, estuve en la cárcel e iba a ser juzgada por dañar patrimonio de la humanidad, pero cuando descubrieron que sus barrotes no podían detenerme me hicieron un trato justo: devolver la torre a su estado original y retirarme el pasaporte de por vida, firmé un documento oficial y todo.

El único hombre que amé sufrió fracturas en cada hueso de su cuerpo cuando lo encontré con otra morra, lo estrellé contra el pavimento hasta que ya no escuché tronar nada en el maldito traidor.

Todo fue muy divertido hasta que ya no, comencé a sentirme un fenómeno de feria y perdí el sentido de la vida. Yo no era como los demás y eso dejó de ser un pro para convertirse en contra. A los veintisiete me lancé a las vías del metro, pero por inercia moví la mano y se descarriló chocando con el tren de la dirección contraria. Murieron cuarenta personas.

En mi cumpleaños número treinta le pedí a mi mamá que lo hiciera por mí, esa noche tomé muchas pastillas para dormir, pactamos el asesinato premeditado: en la cúspide de mi sueño ella encajaría el cuchillo más filoso que encontrara en la cocina.

Eran más o menos las tres de la mañana cuando sentí un dolor punzante que me atravesaba el pecho, abrí los ojos y grité tan fuerte que se rompieron los generadores de luz en tres municipios del área metropolitana y mi mamá quedó sorda de manera permanente. 

Del hoyo en mi corazón empezaron a brotar escarabajos tornasol que en poco tiempo se convirtieron en una plaga. Monterrey dejó de ser reconocido por sus cerros y empezó a ocupar las primeras planas por las impresionantes alfombras de insectos, durante el verano el sol brillaba tanto sobre sus caparazones que la gente comenzó a quedarse ciega. En menos de cien años los niños ya venían al mundo sin glóbulos oculares.

Le cambiaron el nombre a Escarabarrey. 




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