domingo, 11 de agosto de 2013
Cuando el espaguetti se te recoce
Odio como me miras con tus ojos fríos, que parece que no tienen iris y fueron sustituidos por icebergs. Me perforas el alma cada que bajas la cabeza o volteas a la izquierda y finges que no estoy, que en ese momento a tu modo y a tu conveniencia desaparezco y me voy, porque eso quieres, porque lo decidiste tú. Preferiría perforar mi yugular con un clavo oxidado, que aguantar una vez más esos ademanes, que indican que me retire, que por ése momento tuviste suficiente de mí, que mañana otro día será, que me largué ya. De la punta del dedo gordo del pie arrancaría mi piel y dejaría en carne viva mi cuerpo, antes de volverte a dar un beso en el cachete y que me hagas un gesto de desdén con la boca, que bufes y señales lo que sea que estabas haciendo explicando en silencio y como si fuera algo obvio que te estoy interrumpiendo. Ya no quiero querer tus defectos porque matan a toda la libertad, suficiencia y amor propio que tardé años en juntar. Darte los buenos días y sólo escuchar como te sobas los ojos con furia porque ya salió el sol y te desesperas y pateas a tu paso lo que encuentras, aunque lo que encuentres sea mi corazón. Uno se harta de querer y embarrarse mierda en la cara, uno se harta de que le duela adentro no importa el día o el clima, si es de noche o atardeció. Eres el carro que pasa por el charco y empapa de agua sucia mi vestido nuevo por el gusto y el placer de demostrar que yo voy a pata y tú en cómodos interiores de piel. A mí me gusta ponerme brillantina en los pies, a ti te cala cualquier indicio de fulgor. A mí me gusta mojarme en la lluvia, tú consideras tan carente de sentido cualquier acto injustificado que no tenga algún fin. Prefiero encajarme agujas debajo de cada uña que seguir queriéndote: lo chistoso es, que si me quedaran fuerzas para seguir haciéndolo, lo volvería a intentar, pero ya no puedo.
Chingas a tu madre, culero.
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