Santa Gizeh

El estrobo de mi corazón me ilumina los intestinos en pausas dramáticas, donde no ves los latidos de lo vivo: se te quedan impregnados en el cerebro. Tengo el soundtrack perfecto para valer verga reproduciéndose en mi riñón, porque esta pinche rola es la que elegí para morir hoy. Hay un amanecer allá afuera con los colores exactos de los algodones de azúcar que venden en la Macroplaza, no puedo llorar cuando las cosas son tan fatídicamente preciosas.

Tengo muchas paredes que atravieso como fantasma, porque cuando yo quiero puedo desaparecer, pero ese dramatismo ya lo dejé en los dieciséis. Mis vertebras son los cerros donde se posa el sol y este campo inmenso de amapolas ha sido podado, pero reverdece, siempre como muestra de un optimismo terco y ciego.  Ya dejé de ambicionar sinsentidos, banalidades y pendejaditas insustanciales. Yo no crezco porque mi mente se volvió atemporal a una época, se instaló en un momento. Yo estoy bien, yo aquí me quedo.

Me voy a casar con un árbol que me dé su oxígeno, con un lago que me dé su agua, con una res que me dé su carne, con un libro que me mame, por supuesto que no somos iguales. Aquí donde estoy bailando hay mucha felicidad. No he conocido a nadie que quiera morirse tanto y vivir con tanto ahínco como yo, yo y mi estúpido sentido de la bondad. Ya quiero ver mis estampas y estatuas cuando me canonice Bergoglio, ya quiero verte rezándole a mí imagen en cartón. Ya lo quiero ver.

Voy a ser una santa que bailaba con estrobo, mi novenario será una playlist. Voy a ser una santa que estaba en drogas y se orinaba de borracha, con un estigma por cada chacra. Voy a ser una santa. La clase de santa que toma caguama. Eso voy a ser.