Ya
te había visto antes, en ese lugar de la inexistencia. En el frío invernal y en
las orillas de mis uñas, sabía de ti, de algún modo, cada mañana a despertar,
antes de que se esfumara de mi mente el último remanso del sueño fortuito.
Esta
vez no había nadie.
Yacíamos
solos en una plazoleta, las calles estaban mojadas, tú estabas a unos metros
sentado en un banco junto a una fuente de piedra. Yo estaba recargada sobre el
busto de algún prócer de la independencia. Cuando comenzaste a flotar,
simplemente desvié la mirada: odiaba que hicieras eso. Sonreíste de modo
indulgente. Yo igual. Te pregunte que de donde eras y si lo podías precisar,
dijiste que no, que ahí, donde estábamos, justo en la inestabilidad del sueño,
nunca recordabas donde vivías. Bien me podrías decir Chile y estar en México,
Sinaloa o Aracataca, Bogotá, París, Bruselas, Jerusalén, Kuwait, Singapur,
Pekín, Fiyi o Port Louis. Desvié hacia lo inmenso una mirada de desconsuelo.
Por
encima de nosotros pasó una mujer gritando.
-Un
mal sueño.-dijiste.
Quise
seguirla, pero me detuviste con un gesto:
-No
vayas, ahí hay cosas que ni tú ni yo entenderemos.
Desistí
del intento. Sacaste un cigarro.
Lo
encendiste con la parsimonia común del sueño. Yo no quería despertar. Te
pregunté qué en que estabas pensando y el escenario cambió.
-¿Dónde
estamos?
-En
mi habitación.-respondiste con naturalidad.
Un
sopor inconfundible comenzó a subirme por el cuello. Puse un poco más de
atención, intenté descifrar el lugar, hasta que llegue a la inquietante
conclusión de que no eras de ningún lado. Que no estabas.
-¿Existes?
Es decir, más allá de aquí.-pregunté, con la voz contendida.
Observaste
el piso un largo rato, tiraste la ceniza del cigarro y me contestaste con esa
manera que podía romper el hielo en pedazos: “No lo sé” dijiste. “El puto problema es que aquí todo se me vuelve de papel, y no me
encuentro.”
En
tus ojos había algo extraño, ahora que lo notaba. Brillaban con una expresión
febril, poco humana. Te confesé que desde que te vi por vez primera en mis
sueños a donde iba preguntaba si alguien recordaba haber visto al muchacho del
lunar en forma del continente Americano en la mano. Si voy al supermercado
siempre es lo mismo: “Señora, ¿usted recuerda a alguien que le haya pagado y en
su mano derecha hubiera un lunar con la forma exacta de América incluyendo
Groenlandia?” Si alguien fuma un cigarrillo: “Señor, ¿de casualidad nunca le ha
encendido el tabaco un muchacho con un lunar en forma de América en su mano
derecha, justo en el nacimiento de los pelos?, ¿no? Gracias.”
El
problema te dije era que siempre obtenía la misma respuesta, una sonrisa
burlona, un gesto de desconcierto, un portazo en las narices, indiferencia.
-Creo
que el mundo juega un complot para no dejarnos encontrar nunca, más que aquí:
en la inconciencia.-me dijiste.
-En
cuanto despierte pegaré unas fotos en cada lugar del país, por si alguien ha
visto a un muchacho con lunar en forma de América.- te prometí.
-Si
lo veo espero saber que eres tú.
-Yo
también.-contesté.
Me
senté en tu cama, y tú te acomodaste en la alfombra del cuarto, estabas cruzado
de piernas. Miraste tu lunar con cariño.
-¿Cuántos
años tienes?
-Hoy
un millón-contestaste.
-¿Y
mañana?
-Veintidós.
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