Dogbane Beetle

jueves, 19 de febrero de 2015

Capítulo V: Trusas blancas



Le gusta pararse todas las mañanas en la ventana de su cuarto que queda justo enfrente de la del mío. Tiene unos 47 años, calva incipiente y lo más abrigador que le he visto puesto son sus trusas blancas. Aparece aproximadamente a las ocho de la mañana cuando me estoy terminando de bañar y salgo con una toalla amarrada a la cintura, mientras elijo del clóset lo que usaré ese día y lo acomodo sobre la cama; a la menor distracción se asoma su cuerpo de perro parado con su pecho lleno de pelos detrás del cristal, siempre con una taza de café en la mano. Me mira detrás de sus lentes de montura de carey, me mira mientras se está tomando el café, me mira, me mira y no lo deja de hacer. Las primeras veces cerré la persiana bien ondeado, pero ahora ya se me ha vuelto algo usual, como el gato que te recibe ronroneando después del trabajo, me pasa algo parecido con mi vecino, que me despide en las mañanas agarrándose el paquete, primero encima de su trusa blanca, después mete la mano y cuando las cosas ya van avanzando yo me despojo de la toalla y lo dejo ver rebotar lo que quiera observar en el corto trayecto de mi cama al cajón de mis calzones para ponerme uno. Cuando me estoy calzando los calcetines el vecino ya tiene todo de fuera, su verguita como de capullo de rosa, infantil e insignificante.  Yo en ocasiones hasta le sonrío, pero él siempre mantiene el gesto serio y atento. Hace como tres meses rondé su edificio un sábado en la tarde, sólo por el morbo de verlo con ropa puesta, pero nunca apareció, cuando ya me había terminado media cajetilla de cigarros me regresé al departamento, ya estaba desvistiéndome para bañarme y largarme a alguna parte cuando apareció en la ventana, con una bata transparente color verde fosforescente y sin las trusas puestas. Lo saludé con la mano pero él apenas me hizo un gesto con la cabeza, comenzó a tocarse y yo me hacía el desentendido al desnudarme, porque sé que eso es lo que más le gusta, que parezca que no me doy cuenta. Probablemente esta extraña rutina con mi vecino sea la relación más larga y constante que he tenido con un ser humano en varios años. Probablemente si no tuviera toda la finta de un cura pedófilo iría ahora mismo a tocar la puerta de su departamento y pienso "no mames, Hernán, mejor aquí quédate, algo saldrá, ya lo verás". 

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