Dogbane Beetle

lunes, 24 de noviembre de 2014

Gas butano

Mi nombre es José Pablo Rodríguez Muñoz, tengo 33 años, cinco meses, dos semanas y tres días, padezco el síndrome hipermnésico, es decir, tengo un trastorno por el que puedo recordarlo todo (cuando digo todo, hablo de absolutamente todo lo que he vivido) y no puedo olvidar nada (cuando digo nada, hablo de que ni siquiera las cosas que las personas normales suprimen de su mente por el instinto básico de supervivencia). Puedo evocar cada día de mi existencia, desde mi concepción hasta ayer o cualquier minuto de las horas que precedieron a este momento o precisar el número de veces que me llevé la cuchara a la boca la vez que comí cereal el 31 de mayo de 1987, hasta el número de penetraciones de la noche en que perdí la virginidad con mi novia de la universidad. Mi madre que murió el 14 de noviembre de 2002 decía que mi condición era un don, cuando se me diagnosticó se cortó su larguísima trenza que se había dejado crecer desde los 13 años para ofrendarla a la virgen por tal milagro. Ni milagro, ni don, le decía siempre yo, ella no lo comprendía pues mis habilidades en la escuela siempre fueron superiores a los demás, supongo que burdamente, ella pensaba que su hijo era una persona que podría aprenderlo todo. Y sí bastaba con leer cualquier cosa para jamás olvidarla, sin embargo, la carga de recuerdos después de 33 años de vida es muy pesada, es como si mi cerebro se dividiera en dos pantallas, una proyecta el presente, lo que estoy pasando en este justo momento mientras escribo esto, el sol entrando por la ventana y mi espalda adolorida por la mala postura, pero la otra pantalla es una sucesión interminable de mis recuerdos, los malos, los buenos, los vergonzosos y aquéllos que quisiera suprimir de mi mente para encontrar tranquilidad.  A los 17 años lo intenté todo, desde hipnosis hasta golpearme la cabeza con la pared, conforme crecía sólo fue empeorando. Encontré en el alcohol y algunas drogas un alivio atenuante aunque no efectivo al 100 por ciento. Odio la compañía de las personas, convivo con ellas justo lo necesario, tengo suficientes recuerdos por mí mismo como para además cargar con los ajenos, además odio el tránsito usual de la convivencia entre humanos, durante mis veintes pude precisar con muchísima antelación el momento en que las personas se van, con base en mis otras experiencias y mis comportamientos neuróticos ocasionados por el estrés preferí alejarme a tiempo de todos los agentes externos que complicaran mi enfermedad. Vivo solo, ya no veo programas de televisión, ni escucho la radio, no leo libros, ni me interesan las carteleras de cine, siento que cualquier nueva experiencia podría hacer que me explotara la cabeza, lo cual, en este momento, sería más un beneficio que un castigo. Dejé el gas de la estufa prendido desde hace 15 minutos, dice mi psicóloga que el suicidio es la terminación de un problema y no de la vida, por lo que equívocamente, terminamos con nuestra existencia. He intentado suicidarme dos veces, en el 98 y el 2010, no dejo de pensar que en ambas ocasiones me he saboteado a mí mismo incapaz de olvidar tomar precauciones necesarias, pero esta vez no será así, estoy cansado y justo mientras escribo este renglón no dejo de pensar en el verano de 2003, cuando Amelia me dejó y que justo ese año fue elegido Lula da Silva en Brasil y también que el 14 de febrero falleció la oveja Dolly, el primer mamífero clonado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanto