Dogbane Beetle

lunes, 28 de octubre de 2013

Toda la ciudad de Monterrey huele a caca


Todo el aire de Monterrey me huele a caca, cualquier calle del centro, en Guadalupe o Apodaca, San Nicolás, San Pedro o Escobedo. Es como si no hubiera nada para mí en ningún lugar, como si los árboles me vieran caminar, y al admirarlos se burlaran de que no soy feliz: "Ahí va la tonta", "Pobre mensa". Entonces tomo un camión pero la gente es igual, todos tienen la misma cara como si fuera el transporte público de China. En el paseo Santa Lucía el único deseo que me invade es el de tirarme y amanecer muerta. Aparecer en Multimedios o una foto en el periódico EL SOL donde sólo aparezca mi cuerpo inerte flotando, con la falda levantada y que se me vean las nalgas, para hacer el ridículo hasta muerta, al cabo qué. Ni la entrada del Otoño tranquiliza los nervios, la depresión, los futuros inciertos y el horrendo hábito de prender un cigarro detrás de otro.

Me la paso soñando con los ojos abiertos, reconstruyo conversaciones y momentos con el afán de comprobar si no me vi tan mal diciendo o haciendo tal cosa. Mi cerebro es ya como un archivo enrome de videítos, donde la mayoría quisiera borrarlos, echarlos a la hoguera y quemarlos. Toda esta ciudad huele a caca. O quizá es que yo soy la que apesto y llevo mi olor a todos lados. Me canso de esperar y ya no espero nada. Soy un loop de circunstancias aburridísimas. No doy en el clavo, piso mal, me tropiezo, siempre caigo.

Buscar ridiculez en el diccionario debería acotar como sinónimo mi nombre. Quiero llorar frente a alguien que tenga plena disposición de verme llorar, así en un silencio que sólo sea interrumpido por mis sollozos, por sonarme los mocos. Soy el segundo lugar, el tercero, el cuarto, el quinto, siempre al final, siempre subestimada, siempre acorralada.

 Es como la pieza de cerámica que pones encima de la chimenea porque fuiste a un bazar y te entonó. Te preguntan donde la conseguiste y con emoción dices que fue una ganga, que te encanta, pero después su presencia es tan cotidiana que se te olvida que está ahí. Se llena de polvo, se cae, se rompe, la reparas, la vuelves a poner en la chimenea, se te olvida otra vez. Ocasionalmente te vuelven a preguntar por ella, contestas que ni recuerdas donde la compraste o quien te la dio, que siempre ha estado ahí, pero ya no te gusta tanto, ya perdió el encanto. Soy esa pieza de cerámica siempre, cada momento, todos los días, 24/7.

No sé, toda la ciudad me huele a caca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, tengo un tiempo leyendote, me gusta mucho y a veces me parece un poco perturbador que tengas aquí cosas que me taladran la cabeza desde años pero expresado con palabras muy chingonas.
Me pareces una mujer genial, espero tengas mucho éxito.