martes, 13 de enero de 2015
La insoportable levedad del milenario
Qué harás mañana cuando tu piel ya no esté tensa en las nalgas, cuando tu cuerpo empiece a parecer cada vez más un costal de papas, con bultos extraños en los lugares menos pensados, dime en dónde esconderás la cara arrugada y las manos surcadas en venas, con cuántas sudaderas vas a disimular el vientre de antaño lavadero ahora más parecido a dunas de arena. Qué harás mañana cuando los párpados te obstruyan la vista y sea el final de lo que en tu juventud solías llamar destino, qué fuerza universal influirá en la catarsis de tu cuerpo.
Desde el momento de tu nacimiento te elevas al tope y creces y desarrollas de manera mediocre cada habilidad que la sociedad te pide ostentar, pero llega un punto en que las células de tu cuerpo retroceden y tu sistema inmunológico le da un golpe de estado a tus tripas, a tu espalda que duele todas las mañanas, qué vas a hacer entonces cuando empieces a ser ceniza arrastrada por el viento.
Y tus ojos estarán tan secos que no podrás llorar y tragar saliva se sentirá como un puñado de tierra en la garganta y caminar en asfalto será lo mismo que hacerlo sobre brasas ardientes, porque el destino ya no va hacia enfrente.
No quiero verte el día que no tengas voz para gritar o manos para arañar, ni pies para patear. Todos perdemos la fe después de ver una hamburguesa de McDonalds en vivo y en directo, no te voy a culpar.
Cada lágrima y cada sueño no son más que el camino pactado para terminar apoyado de un árbol sin aliento, todo lo que nos dijeron es una mentira, todo lo que queremos es superfluo, todo lo que necesitamos no nos sirve. Pero de nada ocupas saberlo ahora, porque la vida te dará las respuestas en el momento en que tu cuerpo comience a pudrirse por dentro y tu aliento sea tan fétido que no importará cuántas mentas mastiques con tus dientes pendiendo de un ligero hilo de encía, apestará de igual forma.
Qué harás mañana cuando la muerte no sea digna sino el siguiente paso, porque después de nacer y reproducirte el siguiente paso es una obviedad casi vulgar. No viniste a que te cuidaran las alas mientras las mantenías en crecimiento, no, viniste a que te las podarán mientras llegaba el momento de partir con tanta piedad que das asco.
No hay nada relevante en esperar, no existe cosa loable en la auto-compasión, no tienes más cartas bajo la manga, ni nadie que te esté susurrando al oído constantemente qué sí y qué no. Párate y anda, la silla de ruedas es mental, el esguince de tercer grado es una metáfora, tus excusas son baratas.
No me importa qué harás mañana, mejor dime, qué harás hoy.
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