Dogbane Beetle

domingo, 14 de diciembre de 2014

Hijos del siglo



"Quizá por eso deambulábamos como jauría ciega
esperando encontrar una estrella en el norte.
Heridas abiertas eran nuestras noches 
y daño irreversible las palabras"
Jesús Hernández Olivas, la sonrisa de la jauría

A estas alturas, todos somos niños tontos esperando suceder, somos el instante en que prendemos la mecha de la molotov y tenemos no menos y no más de siete segundos para lanzar todo el amor que nos puede explotar en las manos, salpicando de ácido nuestros globos oculares cansados de ver, desfigurando las comisuras de nuestros labios hartas de estirarse para fingir sonrisas mientras que detrás, estamos gritando consumiéndonos por todo el fuego que llevamos dentro.

A veces no sé si yo misma no soy un tipo de arma improvisada o una granada de desfragmentación que explota de manera continua y lastima mis órganos con todas sus esquirlas. 

Estamos buscando cuevas y escondites que nos protejan de la magnitud del siglo, somos los hijos defectuosos de la historia mundial, la generación del ya qué pásame otra caguama, somos, hoy, abortos vivientes que parecen estar muy bien informados y conscientes mientras esperamos el anochecer como vampiros modernos pero en lugar de morder nos ponemos pendejos con sustancias nocivas otra vez. 

Cada noche es la misma historia: salimos al fresco de diciembre, buscando masas de gente violenta e insatisfecha sacando sus mejores pasos de baile. A veces me pierdo en las caricias de esa morra de 27 años, que se toca los muslos y se toca las tetas y después pasa las manos por su cara como harta del universo, pero realmente está moviéndose al ritmo de la canción.

Luego voy por otra cerveza y me ofrecen pastillas con dibujos estúpidos pero de efectos interesantes. Después me veo reflejada bailando como la morra de 27 años frente al espejo de la barra, y entiendo porque se toca los muslos, las tetas y la cara: para sentir que sigue ahí, que no importa lo que pasó hace una hora o si estará sola el día de mañana, en ese momento está ahí y vale la pena comprobarlo, porque nada se vuelve tan de vital importancia como esa canción que nos saca del choque mental. 

Llega el punto en que no sabemos si estamos bailando o teniendo un ataque epiléptico, todo el daño se nos refleja en los pasos. Y así, meneando el cotorreo logramos reunir durante 3:35 minutos todos los pedazos sueltos que llevamos en el corazón. 

Mañana que me despierte con la baba escurriendo en el cachete será tiempo de hacer el conteo de todas las cosas que sueño tener y no tengo. Mañana cuando el dolor de la mierda que me metí la noche anterior pegue contra las paredes de mi cerebro, sólo entonces será un buen momento para analizar mis aspiraciones, hacer una lista y tirarla al Santa Lucía. 

Tengo todo el siglo XXI escurriéndome por los ojos, mis ojos ingenuos y maravillados y horrorizados que parecen de perro pateado. 

No importa cuántos caminos diferentes tomemos, no importan las opciones a y b o c, no importa el esfuerzo por retrasar lo cotidiano, igual nos veremos en la barra de ese bar, con toda la juventud acumulada en las ojeras, esperando suceder. 

Sin embargo, mientras espero suceder también estoy sucediendo y es un bello espectáculo, ensayo y error, prueba y error, error, error, error. Nunca seré más joven ni más tonta que en este momento y es bonito y está bien. 



2 comentarios:

Anónimo dijo...

cuando imagino en donde queria estar a mis 29 años, me doy cuenta que no estoy ni a la mitad de lo que imaginaba, pero bueno ya mañana tendre tiempo de soñar todas las cosas que sueño tener y no tengo por lo pronto estoy en la misma barra, saca la carta blanca.

Otro dijo...

Pido otra caguama, la bebo en cinco o seis canciones de rocola, salgo de la cantina, me pega el aire, valgo verga, un envase de vidrio se estrella contra el mensaje grafiteado en una pared de callejón que huele a meados: "Dios es un perro". La jauría sonríe y busca una duna para dormir.