Se conocieron en una fiesta familiar, los papás de Jaime Carpio eran amiguísimos de los de Sofía Berverena. No había más. Las circunstancias de su primer encuentro son muy graciosas, aunque pudieron ser mortales: Jaime Carpio casi pisa a Sofía Berverna.
Se preguntarán ¿y eso qué tiene de raro? A lo mucho sólo le hubiera causado una punzada de dolor en el dedo gordo del pie, pues les digo, Jaime Carpio era un tipo normal, de estatura un poco mayor al promedio: 1.83. Pero Sofía medía sólo doce centímetros.
Cuando Sofía nació tenía apenas el tamaño de un renacuajito, así chiquito, sus papás que tenían estaturas normales, al igual que todos los Berverena, creían que era una terrible enfermedad. Sofía duró dos horas en la incubadora y casi se achicharra.
Ése día Jaime Carpio no cabía en disculpas con Sofía quien quería alcanzar la mesa de postres para comer un poco de pay de limón antes del accidente casi mortal. Cuando ella le aclaró que no importaba, que era muy usual que la gente no la viera y los colores de la cara de Jaime Carpio pasaron del rojo carmesí al rosa amanecer, la ayudó a conseguir su objetivo. Comieron pay de limón juntos y platicaron de libros y música. Bastó lo que duró la noche para comprobar que se habían enamorado perdidamente el uno del otro.
Comenzaron a verse a escondidas, se citaban a la media noche en el parque del árbol chueco, Sofía se escapaba por los espacios de las puertas y Jaime alegaba a sus papás que a esa hora las estrellas brillaban más y que quería absorber con el cuerpo toda la luna que pudiera.
Jaime que estudió gastronomía cocinaba postrecitos para Sofía, Sofía le había tejido a Jaime una bufanda y aunque intentó hacerla lo más grande posible, esta le había quedado pequeña al joven Carpio. Eso no importó, él la usaba todos los días y cuando sus papás le preguntaban que por qué portaba algo tan pequeño él sólo sonreía y seguía partiendo su bistec.
Jaime se maravillaba con los vestiditos de Sofía, con sus zapatitos y empezó a comprar muñecas de todas épocas para crearle un nuevo guardarropa a Sofia. Él siempre la llevaba sentada en su hombro, y los pocos amigos cercanos que conocían la relación apodaron a Jaime "el pirata" pero a él no le importaba porque esa era una posición cómoda para ambos, la tenía cerca y ella le cantaba canciones de Dënver al oído.
Con el paso de los días que se convirtieron en semanas y luego en meses, ambos decidieron que no tenía caso seguir ocultándoles su amor a los Carpio y los Berverena. Se encargaron de citar a todos en la sala azul de la casa de Sofía. Jaime llegó cargando a la muchacha Berverena como era algo normal entre ellos y sus padres rápidamente se miraron entre si, preguntándose qué estaba pasando entre esos dos.
—Papá, mamá —dijo Jaime.
—Mamá, papá —dijo Sofía
—Sofía y yo... —continuó Jaime
—Estamos enamorados —terminó Sofía.
Las reacciones eran predecibles, el papá de Sofía un rubio enorme se puso a despotricar en alemán, mientras que la señora Carpio se había tirado al sofá completamente pálida y el papá de Jaime le limpiaba el sudor frío de la frente con un pañuelo blanco. Fue evidente en ese momento: no aceptarían la relación. La mamá de Sofía la arrancó del hombro de Jaime y los Carpio-Berverena llegaron a la conclusión de que aquello era una abominación a la naturaleza y que lo correcto era separar a los muchachos.
Sofía lloró toda la noche en su cajita-recamara, lloró tanto que casi se ahogó y Jaime fue a reventar envases de caguama al porche de los Berverena. Sofía no comía, Jaime no dormía, pero a la semana de estar separados Jaime tuvo una grandiosa idea: educó un ratoncito blanco que le llevara una cartita a Sofía.
En cuanto le llegó la carta Sofía decidió el rumbo de su vida, él le proponía escaparse, ella aceptó. Era la una de la mañana cuando la mamá Berverena relajó la guardia constante a la que la sometía a su hija y se quedó dormida en el pasillo de la habitación. La muchacha Berverena llevaba a penas lo básico, su cepillito de dientes, dos vestidos, dos calzones, un brasier, su parecito de zapatos rojos y dejó una notita con un escueto "Adiós, ojetes".
Jaime ya la esperaba impaciente en el parque del árbol chueco cuando vio la lucecita de la lámpara de mano de Sofía brillar a lo lejos, corrió para alcanzarla y le dijo que se irían en camión muy lejos, ella con lágrimas en los ojos asintió y Jaime la colocó en su hombro.
Abordaron un camión con destino a muy, muy lejos y Jaime se sentó con Sofía del lado de la ventana en los lugares del final. Contentos y esperanzados no dejaban de imaginar lo felices que serían. Sofía le pidió le pidió que abriera tantito el vidrio porque quería sentir el aire en su cara, él le dijo que era peligroso, ella le dijo que se sostendría bien.
En cuanto el viento tocó su rostro y revolvió su cabello Sofía se sintió plena, Jaime tomó una foto con su iPhone de ese momento entre los dos y la subió a feisbuc, actualizó su estado civil: Jaime Carpio está en una relación con Sofía Berverena.
Pasando real de catorce a Jaime se le cerraban los párpados y arrullado por la vocecita de Sofía que le cantaba Temporada Alta de Matilda Manzana, cayó en un profundo sueño. Jaime despertó una hora después, Sofía no estaba a su lado sentada en el hombro. Olvidó cerrar la ventana, Sofía se le había volado.
1 comentario:
Hola Gizeh
Queria invitarte a mi blog.
Recien lo hice y aún no tengo amigos.
Es poesía, pero le prometo que no se duerme.
Hoy solo quería presentarme,
Saludos
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