lunes, 11 de marzo de 2013
Pendeja
Dices que me quieres, pero no te arde la piel, el contacto es frío y tus células no desencadenan una revolución cada que te rozan mis manos, cuando recargo la cabeza en tu hombro, cuando con aliento alcohólico te susurro al oído que te quiero mucho. Y no puedo evitar hacer comparaciones, porque las crueles batallas que yo libro y de las que rara vez salgo victoriosa, te claman de trofeo, tú eres su premio.
Debajo de esos ojos que dormidos se llenan de venas en la parte suave del párpado, tienes hielo. Hay veces que yo no puedo ni tocar los míos por temor a quemarme por dentro, a provocar un incendio peor que el de las 60 hectáreas en Santiago, Nuevo León. Y me abstengo, para no asustarte, para no mostrarte que soy flamable, que tengo miedos.
Yo me lleno de tus carencias y en tus defectos podría hacer una pool party, y sería feliz, remojándome, empapándome de ellos. No hay comparación. No aprendo, no quiero. Me gusta mirar al suelo, porque nunca me responde y encuentro paz, en el silencio de su esencia inanimada. Podría correr tras de ti maratones completos, con mi mala condición, con mis dos cajetillas de cigarros diarias, mis kilos de más, con mi pie plano.
Y es que así soy, no me rajo. Pero ya no sé si soy muy valiente o sólo muy estúpida, o como dice mi mamá: una remate de pendeja. Ya qué, me gusta mi cara de mongola cuando te pienso.
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