Dogbane Beetle

viernes, 23 de octubre de 2015

Tus fetiches me dan asco




No te enamores porque luego vas a perder, es como no comer porque después vas a cagar o para qué respiras, o para qué te levantas todos los días acortando el camino hacia el final inevitable que es la propia muerte. No preguntes nada, la vida es una marea feroz que te arrastra, crees que puedes contra el oleaje, te deja salir a la superficie de vez en cuando para tomar un poco de aire, llenar los pulmones, hacernos creer que tenemos el control de algo, pero cómo se controla lo inevitable. Luego hay que salir a la calle, desearnos los buenos días y qué chingados tienen de buenos si ayer se murió tu abuelo, si tu crush se cogió a otra, si ya no nos queda otra línea de coca, si rompiste la dieta, o una promesa, si el dólar subió, si hay otro colgado en el puente, si no completas la renta, si despertar es un martirio, si la vida que te regalaron apesta. Y rastreamos escondrijos entre puentes y fiestas, perdernos en alcohol, sacudirnos la gran decepción, pero qué cosa hace que reviva un muerto en vida. Entonces buscamos compañía, un poco de calor, alguien que pase su brazo por encima de nosotros mientras yacemos sin ropa en la cama, porque ya estamos cansados de crear intimidad con la almohada, con el celular conectado en la toma de luz más cercana, sintiéndonos abandonados en un mundo donde la felicidad se mide en momentos de instagram, qué desolados. Luego de zafarnos de nuestro papel de marioneta social, al traspasar el umbral, al llegar a casa, quitarnos los zapatos, tomar un vaso de agua, fingimos que fue un buen día, porque seguimos respirando, como si respirar fuera suficiente, como si tuviera algún valor sabernos presentes, entonces buscamos compañía, un poco de calor, alguien que nos prepare la cena o mínimo llegue con un six de cerveza, para platicar cosas insustanciales, tonterías banales que nos saquen del trance, el trance del siglo. Porque no hay mérito en correr cinco kilómetros diarios, en terminar la licenciatura, en comer comida gluten-free, en hacernos veganos, en reciclar y no tirar en la calle colillas de cigarros. Pero nos gusta creer que sí, nos hace sentir seguros, nos hace sentir que encajamos, antes de prender la computadora y masturbarnos con el vídeo más gore que encontremos en internet, o el soft porn de tumblr, o el bdsm, o poner la cámara para ser cosificados por algún extraño con el teclado lleno de fluidos, de dolor, con la humanidad tan devastada de tanto teclear, de tanto ver la mac. Nos dieron muchas cosas para competir, calcularon todo tan fríamente que se les escapó lo único que se le podría escapar a una ecuación tan perfecta, a un plan tan infalible: sabernos abandonados, y sin esperanzas de dejar de estarlo. Porque te puedes casar, puedes comprometerte a los 22 con tu novio de secundaria, irse de luna de miel a las Bahamas, seguir la línea tan perfectamente trazada, obtener lo que te dijeron que debías desear, tragarte toda la felicidad prefabricada, elegir entre las opciones que te da este mundo sin cuestionar qué hay más allá y está bien. Tal vez es lo mejor, tal vez preguntar no sirva de nada. Porque entonces, luego de alzar la voz, de abrir los ojos, de inconformarnos con la realidad, detrás de ese lugar, siempre estará nuestra soledad, asechando cada paso, metiéndose en cada hueco de debilidad, haciéndonos buscar compañía, un poco de calor, alguien que nos diga con aliento alcohólico que nos vemos bien, que nunca habían conocido a nadie como nosotros y les vamos a creer, porque necesitamos creerlo, como necesitamos respirar o cagar después de comer.