Dogbane Beetle

martes, 5 de mayo de 2015

Carmela


Hasta la fecha sólo tres o cuatro se me habían muerto, enclenques de pulmones débiles. Después de mis viajes por recónditos lugares había aprendido a dominar la técnica, que pronto se convirtió en mi único método de placer. Sí, para atraer hombres primero debía cumplir con el método convencional, el coito aburrido, sus posiciones que me hastiaban, sus miembros todos parecidos, todos tan más de lo mismo. Luego de seducirlos, me volvía su confidente, el culito siempre dispuesto. Empiezas a desarrollar ciertos vínculos de confianza con los varones después de unas cinco relaciones sexuales. Al tercer encuentro yo siempre los invito a comer, y cocino tan bien que se relamen las comisuras de la boca. Usualmente, después de eso, comienzan a venir a mi casa más seguido, siempre a dos cosas: a coger y comer como locos. Todo lo que cocino tiene una receta especial, al pasar el tiempo, se van notando cada vez más flacuchos, más pequeños, yo les digo que es porque dejaron de ingerir horrendas bolsas de cheetos mientras jugaban al playstation, les digo que les hacía falta una mujer que cuidara de ellos: se la creen.  En 90 días ya dejaron su trabajo, sus compañeros se burlan de ellos, en promedio pierden entre 15 y 25 centímetros de altura por mes. Al quinto ya no pueden hacer cosas que antes hacían como manejar o tomar el autobús, vienen a mi refugio y yo los sigo alimentando, jamás creen que se deba a eso, más bien le cuelgan sus pesares a malas pasadas del destino, y son tan cuadriculados que reaccionan al enanismo del mismo modo que reaccionarían a la calvicie. En el sexto mes alcanzan el tamaño ideal, no más grandes que una regla. Para ese momento ya saben que algo anda muy mal, pero se divierten con las cosas que les preparo, casitas de su tamaño, teatros guiñol, se ondean poquito cuando les empiezo a poner la ropa de mis muñecas, pero son tan adorables que monto escenarios diferentes y en un día hago un álbum de fotos que parece de varios años, porque, quién sabe cuánto tiempo me vayan a durar. Les sirvo comidita en platitos especiales que les mando a hacer, les sirvo vasitos de cerveza y me desnudo para dejarlos correr arriba de mí. Cuando veo que están preparados los induzco a mi verdadero objetivo. Acaricio sus cabecitas, les digo con voz suave y maternal que todo estará bien, abren sus ojitos con sorpresa, los coloco entre mis piernas y se imaginan más o menos qué hacer, entonces me gusta sentir sus manitas, su lenguita, sus caricias que parecen de un escarabajo recorriéndome la piel. Sin advertirles, los levanto sin permiso y los voy introduciendo lentamente por mi cavidad vaginal, unos gritan, otros sólo ven venir con temor su destino. Los uso entonces a modo de dildo, la sensación de movimiento es única, inigualable, inexplicable. A veces, el éxtasis es tal que se me olvida sacarlos, algunos han muerto, los tengo enterrados en mi patio en cajas de zapatos. El último se llamaba José, ya era delgado incluso en su condición normal, me di cuenta tarde que era asmático pero ya no podía detener el proceso, al momento de utilizarlo José hizo algo extraordinario al empezar a tener un ataque, sus intentos de tomar oxígeno fueron francamente estimulantes, decoré su ataúd improvisado con brillantina dorada. Pobre José.


2 comentarios:

roma dijo...

Creo que amo lo que escribes...no se porque aveces piensas que escribes mal, pero no es asi...me encantan tus letras

Pd: me gustaría tener el valor de carmela para usar a los hombres como dildos

Anónimo dijo...

Este cuento es muy parecido, casi igual, a uno de Bukowski ¿Te inspiraste en él?