Dogbane Beetle

martes, 28 de octubre de 2014

Serie de terror: Roberto el gato

                     

Yo le dije a Olivia que no quería hijos, nunca me sentí cómodo en compañía de personas que no podían controlar sus esfínteres y eso también incluye a los ancianos. Cuando conocí a Olivia yo tenía 23 años y ella 22, era maestra de kínder, claro que iba a querer tener niños, qué clase de idiota soy yo, pero nadie en el antro se veía mejor que ella con esos vestiditos pegaditos de lycra que las muchachas usaban para atraer incautos que decían que no querían formalizar nada pero a los dos años terminaban entregando un anillo del cual todavía le debían pagos al banco, justo como yo. 

En fin, un año después de casarnos Olivia decidió que era un buen momento para la procreación, sin embargo todas las amigas de mi mujer parecían quedar embarazadas al primer intento, menos ella. Intentamos todas las posiciones y ciclos lunares, pero a los seis meses sin ningún mocoso, nos hicieron sospechar que algo estaba mal. 

Comenzamos a ir a tratamientos de fertilidad, pero Olivia lucia cada día más apagada, era el cliché de mujer que nació para parir y no lograr un embarazo era como ponerle un vaso encima a una veladora. Yo, con mis pocas ganas de cooperar, pero siempre atenido a mi instinto básico de supervivencia le compré a Olivia un gato que calmara su soledad.

La pobrecita a penas me sonrió al ver al animal, que era negro y sin pensarlo mucho decidió llamarlo Roberto, le compramos una medallita de plata para cerrar el pacto del bautizo. A la semana me dio la buena nueva de que había quedado embarazada y por alguna razón decidió atribuir tal noticia a la llegada del gato que a los tratamientos de fertilidad o a mis espermatozoides. 

Olivia y Roberto se hicieron uno mismo a partir de entonces, Roberto le calentaba los pies en el invierno y hasta la acompañaba al baño durante las náuseas matutinas, para luego ir a maullarme al oído como queriendo despertarme para auxiliar a Olivia. 

Cuando el bebé tenía ocho meses de gestación el tamaño de Roberto también había ido en aumento, del flacucho gatito que encontré regalado en internet, ahora fácilmente medía poco más de medio brazo de largo y me costaba trabajo levantarlo del piso. 

Cuando nació nuestro hijo en el Gine, Olivia decidió llamarlo Roberto, le dije que cómo carajos esperaba ponerle igual que el gato, pero se empeñó en que ese era el nombre que siempre le había gustado y le dije que entonces mínimo debió haberlo pensado un poco más antes de ponerle así al animal. 

Al llegar a nuestro hogar Roberto el gato no estaba, Olivia lo llamó pero este no apareció hasta muy tarde, evitó acercarse a su dueña y sólo una ocasión lo vi asomarse al moisés de Roberto bebé, pero se alejó rápidamente, como repelido. 

Olivia con los días parecía desmejorar, grandes ojeras le marcaban la cara y explicaba que todas las madrugadas escuchaba llorar a Roberto bebé, sin embargo al levantarse a atenderlo este estaba totalmente dormido. 

Una noche, escuché con claridad el llanto estrangulado del niño, corrí sin pantuflas al extremo de la habitación y tal fue mi horror al contemplar a Roberto el gato pegado boca con boca a Roberto bebé, quien movía sus manitas con desesperación y comenzaba a ponerse morado. Rápidamente alejé al gato de un golpe y el niño sin aliento comenzó a llorar de dolor, pues alrededor de la boca se encontraba la marca del asfixiante beso.

A la mañana siguiente Roberto el gato no apareció, pero Olivia a penas podía dar crédito a mi historia, movía la cabeza sin querer creer lo que le decía, aunque tuvo que aceptarlo a duras penas al ver la marca del bebé, la cual después de varios ungüentos había mejorado. 

Por las noches, luego de mandar a Robertito a dormir al moisés, escuchaba en el patio los lloriqueos de lo que parecía un bebé, la sexta noche decidí salir a ver que ocurría, pero a penas abrí la puerta el sonido cesó, aunque vislumbré en la penumbra a Roberto el gato andando cínicamente por la barda que coincidía con la casa del vecino, lo intenté ahuyentar, pero a penas le causé el mínimo escozor. 

El llanto de niño de Roberto el gato comenzó a volver loca a Olivia, quien empezó a sufrir de insomnio y dejó de producir leche para el bebé, por esos días mi esposa evitaba llamar al niño por su nombre que era el mismo del animal y comenzó a decirle simplemente "pequeñito". 

Intenté cazar varias veces a Roberto el gato, pero mi puntería era mala y el muy audaz.

Después de varios meses, Olivia despertó un domingo, en medio de la noche, no enfocaba nada en especial, pero su mirada estaba aterrorizada, repetía que Roberto el gato no la iba a dejar en paz hasta llevársela a ella o al bebé y que no podía permitir que se llevara al pequeñito. 

Yo no le di tanta importancia y dormí pensando en que al día siguiente debía de poner mas empeño en matar de una vez por todas a ese maldito animal, sin embargo, a penas desperté sentí la cama sin el peso de Olivia en ella. 

Me asomé al moisés y vi a Roberto el bebé dormido, bajé las escaleras y la puerta del patio estaba abierta. 

Todo el patio tenía huellas de sangre que terminaban en el pasillo, cuando llegué ahí solté un grito de espanto, pues Olivia se encontraba muerta con los ojos bien abiertos en un charco de sangre que parecía haber comenzado en su pelvis, y en sus brazos no estaba un gato, sino una persona de poco más de medio brazo de largo, vestido de frac negro, con facciones grotescas y la garganta rebanada que tenía en su cuello un collarcito que decía "Roberto". 

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