Dogbane Beetle

domingo, 10 de agosto de 2014

Cucarachas



Cuántas cucarachas han escalado desde mis tobillos hasta mi cabello, perdí la cuenta, no quise seguir preguntándome eso y decidí que las dejaría anidar en mi cuerpo, contuve la respiración y pasaron los meses, hasta este momento en el que me encuentro sepultada por ellas. Me masajean los párpados con sus patitas cosquilludas y usan mis cavidades como hogar.

Me harté de decirles que no, me hastíe de calmar sus ansias locas de bichitos y cesé mis propias expectativas para que ellas mismas cumplieran las suyas. Y sus expectativas siempre fueron vivir en este cuerpo, poseer cada ínfimo centímetro de mi piel, clamarme de su propiedad, deshacer a la persona hasta convertirla en cucaracha.

Las cucarachas se posan en mis oídos y me platican historias de ultramar, sus experiencias de supervivencia en cada uno de los cataclismos mundiales, susurran todo el tiempo, pero no me dejan opinar, porque soy una humana y dicen que mi debilidad y zonas blandas me impiden tener una opinión sensata y certera, dicen que estoy cegada por las deficiencias de mi especie.

A veces pienso que sólo soy el lugar que las contiene y no su hogar, porque entre una cosa y otra hay grandísimas diferencias. Es como comparar a un alhajero con un bote de basura. Yo sería el bote de basura en esta ecuación.

Las cucarachas me están consumiendo por dentro, aunque esto es mejor que cualquier otra cosa, siempre supe que iba a morir de una manera normal, atropellada camino al trabajo o ahogada en mi propio vómito después de un sábado de festejo. Hasta que las conocí.

Y ahora se comen mis tripas, haciendo de lo que me queda de estadía en este lugar algo más trascendental. Tengo cucarachas en todo el cuerpo, se suben, bailan y les gusta mi olor. Tengo cucarachas por todos lados, en cada recoveco.

Cuando las cucarachas se van, siempre antes de una tormenta, todo se me pone negro, me quedo exactamente en el lugar donde me dejan porque olvido caminar, si no fuera porque es una necesidad indispensable hasta se me olvidaría respirar.

Pero cuando regresan, siempre coincide con un día soleado y eso para mí es una señal, vuelven a trepar, desde mis tobillos hasta mi cabello y yo sonrío, me regocijo por dentro y las dejo susurrar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gizeh
Esta morra se está copiando tus tuits @paolamb